

La petición como función indispensable del lenguaje.
Se dice que los aplausos son un inspirador gesto colectivo para motivar y celebrar la valentía. Los aplausos no causaron este efecto en el pianista; sus manos sudaban temblorosas, el cuello de su camisa almidonada le ahorcaba, el ruido de los aplausos era un estruendo y, como si fuera poco, había perdido de vista a su padre entre la multitud agolpada en torno al piano. Se sentó en el banquillo, sintiéndose en el banquillo de los acusados, temiendo lo peor: fallar. El pianista tenía 9 años y había sido invitado junto con su padre a una elegante casa; un tímido niño de clase media, con un talento nato extraordinario para tocar el piano, en medio de un privilegiado e intimidante ambiente de riquezas.
El don, el sistema coercitivo del padre y las horas interminables de práctica habían dado los resultados esperados. El pianista interpretó con una conmovedora belleza el preludio número uno en do mayor de Johann Sebastian Bach. Todos aquellos tímpanos bien educados, entrenados para dar valor a los sonidos exquisitos, habían apreciado con esplendor la ejecución perfecta de aquel niño pianista. Sin saberlo aún, el pianista estaba muy lejos de culminar la obra.
Aplausos, felicitaciones, exacerbados elogios y expresiones de asombro colapsaron sus sentidos. El pianista seguía parado ahí, junto al piano, como en una isla solitaria y fría. Finalmente, una dama elegante esperó pasaran los minutos del estupor y se acercó a él con mirada firme, extendió su mano enguantada para saludarlo con suave dosis de admiración y le preguntó: “¿Qué deseas? yo puedo hacer que tus sueños se cumplan. Dime qué quieres, qué necesitas, qué sueñas y haré lo necesario para que sea una realidad”. Paralizado, el pianista apenas tuvo voz para decir: “Gracias, no necesito nada.”
Conocí al pianista cuando rondaba sus 50 años y me dijo que, aunque había cometido muchos errores y desaciertos en la vida, sólo se arrepentía de esa noche. Esa oferta con su respectiva negativa le había acompañado para siempre con una horrible sensación de haberse desperdiciado, de haberse cerrado mil puertas, de desvalorizar un momento irrepetible. El Universo se abrió de par en par ante él, pero no supo reconocerlo. Esa dama elegante que ofreció “hacer sus sueños realidad” era la esposa del Presidente.
¿Cuántas veces hemos sido el pianista de 9 años? Aprender a soñar es aprender a pedir. Torpemente, muchas veces no sabemos qué deseamos, no colocamos el sueño en el lugar correcto de nuestras ambiciones. No enfocamos nuestras energías para imaginarlo, hacerlo posible y, cuando las oportunidades abren sus puertas, muchas veces dudamos en aprovecharlas porque no las reconocemos.
WHY Academy te coloca en difíciles situaciones de aprendizaje para que identifiques tus sueños, los acaricies, los reconozcas, les pongas nombre y les dediques la energía transformadora necesaria. Sólo una petición clara crea Universo.
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